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Mis Fantasmas Favoritos

Sexo, Mentiras y Topes Salariales.



En Marzo de 1983 la NBA y la asociación de jugadores entablan conversaciones en un clima de crisis bordeando el milenarismo histérico: la guerra salarial ABA-NBA y el fracaso del baloncesto en convertirse el “deporte de América” en los plazos previstos por el comisionado Larry O’Brien tienen a la NBA al borde de la ruina. Se habla abiertamente de cerrar varias franquicias y acogerse al seno protector de la Gulf & Western para capear el temporal. Además, los árbitros están en huelga y habrá que recurrir a sustitutos de bajo nivel y soportar piquetes hasta bien entrado Diciembre. En un ambiente no muy lejano al de un gobierno de concentración nacional y que terminará provocando la dimisión del comisionado y su sustitución por David Stern, propietarios y jugadores acuerdan un nuevo convenio laboral que cambiará para siempre las reglas de juego de la NBA: a cambio del compromiso de la liga de mantener a toda costa una plantilla de 253 jugadores, éstos aceptan el establecimiento de el tope salarial.

Solamente una franquicia votó en contra de dicho tope: los New York Knicks. Así que no le deis tanta caña a Isiah, niños, que no es culpa suya que los Knicks lleven el ritmo en la sangre.

La situación se hizo angustiosa para unos Knicks que tenían a cinco agentes libres (Sparrow, Sherod, Westphal, Williams, Webster) más una elección de primera ronda (Darrell Walker) por firmar. Para colmo, los Knicks intentaron pescar en el río revuelto que suponía que los Celtics estuvieran en ese mismo momento afrontando las renovaciones simultáneas de Larry Bird y Kevin McHale. Cuando los Knicks anunciaron su intención de hacerle una oferta a McHale, los Celtics contraatacaron haciendo que Sparrow, Williams y Webster firmaran unas “offer sheets” ($450.000 anuales por tres temporadas para Williams y Webster, $500.000 anuales por cuatro temporadas para Sparrow). Los Knicks no tuvieron más remedio que igualar la oferta para no ver desmantelada su rotación, y encima tuvieron que soportar el ridículo de ver cómo la liga aceptaba el concepto de “Bird rights” propuesto por los Celtics y que permitió a Boston renovar tanto al mencionado Larry Bird como a McHale por unas cantidades solamente superadas por Moses Malone, Jack Sikma y Julius Erving. Para colmo, asumir esas renovaciones obligó a la franquicia a renunciar a los derechos sobre Ed Sherod, lo cual no era problema, y... Paul Westphal, en lo que sería la primera gran controversia de estos Knicks.

A pesar de haber jugado solamente temporada y media en los Knicks, y en un papel secundario, Paul Westphal se había convertido en uno de los favoritos de la afición del Madison. Aportaba una clase y distinción que la franquicia casi había olvidado, y encima acababa de recibir el premio al “Comeback Player of the Year” después de jugar 82 partidos de titular con un tornillo sujetando su fractura de pie. El despido de este ejemplo de profesionalidad y sacrificio supuso el primer momento de divorcio entre la afición y el entrenador, porque además se atribuyó directamente a Hubie Brown.

Dave DeBusschere intentó aplacar los ánimos de los aficionados repitiendo una y otra vez “we have a game plan” para indicar que el equipo efectivamente tenía la intención de no darse por satisfecho y buscar reforzarse para cotas mayores. Sin embargo, no era eso lo que veían los fans. El único refuerzo auténtico que llegó fue el base novato Darrell Walker, elegido con el número 12 del draft y que resultaría ser el tipo de jugador intenso que encajaba perfectamente en el estilo Hubie.

Más que reforzarse, los Knicks parecían estarse debilitando: después de renovar a “Sly” Williams, el equipo descubrió que no se podía permitir mantenerlo y prácticamente se lo regaló a los Hawks. Cuando la marcha de Marvin Webster parecía un peligro real, habían fichado al pívot Len Elmore de los Nets a cambio de una segunda ronda; Elmore, un veterano de la ABA con una carrera normalita de suplente, no era precisamente el tipo de refuerzo que podía llevar a una franquicia al “siguiente nivel”. Encima, con la renovación de Webster su papel quedaba aún más reducido.

Prácticamente la única incorporación relevante fue el retorno del escolta Ray Williams. Williams había sido uno de los jugadores destacados durante la segunda etapa de Red Holzman en el equipo, promediando más de 20 puntos por partido, pero eventualmente fue traspasado a los Nets que tenían la idea de reconvertirlo en base. No cuajó, y terminó de vuelta en el Madison en un traspaso a tres bandas a cambio de Vince Taylor y una primera ronda para 1984 (Vern Fleming). Ray Williams era prácticamente un “combo guard” aunque prefería tirar a pasar y no era lo suficientemente creativo para ser un base-base, sí era un jugador completísimo capaz de subir el balón con soltura, driblar a quien hiciera falta, anotar el tiro exterior o aprovechar su privilegiado físico atlético para ayudar en el rebote, aplicarse en defensa o entrar a canasta ante rivales mucho más altos. Su único defecto era su tendencia a perder la concentración y con ella la selección de tiro: a pesar de que su mejor arma eran las penetraciones, con los años cada vez optaba más por la opción cómoda del tiro a media distancia; además, no terminaba de aceptar del todo su nuevo papel como tercera opción ofensiva por detrás de Bernard King y Bill Cartwright. Con todo, una buena incorporación.

No se puede decir lo mismo de Eric Fernsten, fichado para cerrar la plantilla como duodécimo hombre. Pívot blanquito con bigote de la escuela de pívots blanquitos con bigote de los de toda la vida, ostenta la sorprendente distinción de haber recibido notables alabanzas de Larry Bird durante su etapa en Celtics: según Bird, Fernsten era el “suplente definitivo”, un jugador al que directamente no le importaba no saltar a cancha pero que se dejaba la piel en los entrenamientos, convencido de que su trabajo era hacer sudar a los titulares para subir su rendimiento en los partidos gracias a unos buenos entrenos.

También sirven los que esperan, o eso dicen.

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