Antecedentes
No es casualidad que las dos únicas franquicias fundacionales de la NBA que no han cambiado de sede ni de denominación sean también las que más han contribuido a la creación y expansión de la liga: los Boston Celtics y los New York Knicks. Es posible, incluso, que el papel de los Knicks fuera aún más decisivo que el de los Celtics, a pesar de que éstos gocen de mayor fama debido a sus extraordinarios éxitos deportivos.
Fue Ned Irish, primer propietario de los Knicks, el que creó el concepto de baloncesto como un espectáculo de masas, con aquellos doubleheaders en el Madison con lo más granado del baloncesto colegial. De hecho, la BAA se creó pretendiendo aprovechar ese mismo esquema empresarial y basarse en propietarios o gerentes de pabellones deportivos, como garantía de una base sólida. Aunque no todos los propietarios originales cumplían estas condiciones, ni mucho menos los que fueron llegando, sí que se mantuvo un poso de estabilidad que probablemente fue el factor decisivo para la supervivencia de la liga por delante de otras iniciativas anteriores o contemporáneas como la Eastern League o la absorbida NBL. Aún más, si el instinto predador y pionero de la facción “pobre” de la liga (los Biasone, Gottlieb, Kerner y demás) fue imprescindible para la supervivencia, los “aires de grandeza” de la facción rica liderada por Ned Irish y apoyada por Fred Zollner fueron el impulso para ir saliendo de los callejones y alcanzando un auténtico nivel de liga profesional (Walter Brown era el pegamento entre ambas facciones).
Aunque resultara ofensivo para las demás franquicias ver cómo el snob de Irish se negaba a anunciar los partidos de los Knicks en la marquesina del Madison Square Garden cuando se enfrentaba a equipos procedentes de Oshkosh, Sheybogen o Fort Wayne, y lo sustituía por un letrero “Professional Basketball Here Tonight”, también Irish tenía razón al decir que no lograrían atraer al público mientras ofrecieran el sórdido espectáculo de un equipo visitante llegando al Madison diez minutos antes del partido, después de diez horas de carretera apilados todos en un par de coches y con los uniformes puestos desde antes de salir. Daban más aspecto de vagabundos que de deportistas de élite, y el hecho de que Irish se negara por cabezonería a comprender las dificultadas de sus socios no cambia el hecho de que esa imagen tendría que cambiar para que la liga sobreviviera.
Según Leonard Koppett, la NBA llegó a ser lo que es gracias a esa dialéctica entre ambas posturas, en un equilibrio delicado que se hubiera podido romper si los Knicks hubieran estado a la altura de la prepotencia de su dueño y hubieran dominado la liga. Lo cual no fue el caso, por decirlo suave: en sus primeros años, los Knicks tenían un buen equipo y un gran entrenador (el legendario Joe Lapchick, flor y prez de la caballería), pero no tenían un pívot. De hecho, se puede concebir la historia de los Knicks como una especie de eterna búsqueda del pívot.
A pesar de tener una buena plantilla, era imposible plantar cara a los Lakers de Mikan sin un hombre alto de primera magnitud. Para cuando se retiró Mikan, sucedió lo mismo con Russell, y luego con Chamberlain. New York nunca tuvo un hombre alto de nivel siquiera notable, aunque fuera un Larry Foust, un Johnny Kerr o un Wayne Embry. Lo intentaron parchear con aleros esforzados como Harry “Horse” Gallatin o el ex-Globetrotter Nate “Sweetwater” Clifton (pionero en la integración racial de la NBA), pero no funcionó. Luego el escándalo de las apuestas del baloncesto universitario hundió su posible cantera territorial, y encima fueron maltratados por la mutación en el puesto de pívot, cuando la llegada de Russell, Chamberlain y Stokes convirtieron a los pívots “clásicos” estilo Mikan (Arnie Risen, Charlie Share) en auténticos dinosaurios de un año para otro; los Knicks draftearon a prometedores pívots universitarios como Ray Felix o Darrall Imhoff, sólo para ver cómo éstos se estrellaban en un baloncesto que les había cambiado las reglas de un día para otro. Incluso cuando eligieron a un pívot “estilo moderno” como Walter Dukes les salió el tiro por la culata, ya que a pesar de su fuerza y velocidad resultó ser un jugador descoordinado física y mentalmente sin el menor impacto en la liga. No es sorprendente que el primer anillo de la franquicia, tan buscado, llegara de la mano del primer gran pívot de New York, Willis Reed.
Con Reed y una fantástica generación de jugadores reunidos por el GM Eddie Donovan, los Knicks ganaron dos títulos entrenador por “Red” Holzman. Sin embargo, la marcha de Donovan y algunas decisiones dudosas llevaron al equipo a una decadencia quizás más rápida de lo esperado. Otro de los sinos de la franquicia de los Knicks ha sido competir siempre bajo una gerencia inestable como el agua, y a mediados de los setenta esos eran los nuevos propietarios, la megacorporación Gluf & Western y su hombre en los Knicks, “Sonny” Werblin. Los movimientos del equipo se hicieron erráticos: “Red” Holzman se había retirado y lo había sustituido Willis Reed, que ganó 48 partidos en su primera temporada como entrenador. Sin embargo, un mal arranque bastó como excusa a Werbling para despedirlo y repescar al veterano Holzman además de volver a traer a Donovan como GM tras su exitoso paso por los Buffalo Braves.
Segundas partes nunca fueron buenas. Aunque Donovan reconstruyó el equipo sobre la base de Bill Cartwright y Michael Ray Richardson y ganaron 50 partidos en 1981, ésa fue la única temporada por encima del 50% en la segunda etapa de Holzman al frente del equipo. Tras tocar fondo con sólo 33 victorias en 1982, Sonny Werbling optó por la reconstrucción completa no solamente de la plantilla sino de toda la franquicia.
Ningún bosquejo de los Knicks puede aspirar a ser representativo sin incluir una mención a la prensa deportiva neoyorquina. Trabajar en el gran pomelo no es demasiado diferente a intentar correr una marathon hundido hasta las rodillas en barro. Radiactivo. Mientras te llueve ácido clorhídrico y suenan Andy y Lucas por unos altavoces. ¿Piensas que exagero? Durante la temporada 1969-70, mientras los Knicks ganaban el primer anillo de su historia en el famoso “partido de Willis Reed”, el periodista Phil Berger se infiltró en la plantilla para escribir su antológico “Miracle on 33rd Street”, donde revelaba todas las tensiones internas de la plantilla (las envidias de Holzman hacia DeBusschere, el aislamiento de Bradley, el resentimiento de Russell, las tensiones raciales). Como libro, un hito en la historia del periodismo deportivo. Pero dice mucho de la prensa neoyorquina que la historia de su primer campeonato quedara impresa en letras de rencor, enfrentamiento y motín.
Y Berger es un corderito al lado de Peter Vecsey.
Fue Ned Irish, primer propietario de los Knicks, el que creó el concepto de baloncesto como un espectáculo de masas, con aquellos doubleheaders en el Madison con lo más granado del baloncesto colegial. De hecho, la BAA se creó pretendiendo aprovechar ese mismo esquema empresarial y basarse en propietarios o gerentes de pabellones deportivos, como garantía de una base sólida. Aunque no todos los propietarios originales cumplían estas condiciones, ni mucho menos los que fueron llegando, sí que se mantuvo un poso de estabilidad que probablemente fue el factor decisivo para la supervivencia de la liga por delante de otras iniciativas anteriores o contemporáneas como la Eastern League o la absorbida NBL. Aún más, si el instinto predador y pionero de la facción “pobre” de la liga (los Biasone, Gottlieb, Kerner y demás) fue imprescindible para la supervivencia, los “aires de grandeza” de la facción rica liderada por Ned Irish y apoyada por Fred Zollner fueron el impulso para ir saliendo de los callejones y alcanzando un auténtico nivel de liga profesional (Walter Brown era el pegamento entre ambas facciones).
Aunque resultara ofensivo para las demás franquicias ver cómo el snob de Irish se negaba a anunciar los partidos de los Knicks en la marquesina del Madison Square Garden cuando se enfrentaba a equipos procedentes de Oshkosh, Sheybogen o Fort Wayne, y lo sustituía por un letrero “Professional Basketball Here Tonight”, también Irish tenía razón al decir que no lograrían atraer al público mientras ofrecieran el sórdido espectáculo de un equipo visitante llegando al Madison diez minutos antes del partido, después de diez horas de carretera apilados todos en un par de coches y con los uniformes puestos desde antes de salir. Daban más aspecto de vagabundos que de deportistas de élite, y el hecho de que Irish se negara por cabezonería a comprender las dificultadas de sus socios no cambia el hecho de que esa imagen tendría que cambiar para que la liga sobreviviera.
Según Leonard Koppett, la NBA llegó a ser lo que es gracias a esa dialéctica entre ambas posturas, en un equilibrio delicado que se hubiera podido romper si los Knicks hubieran estado a la altura de la prepotencia de su dueño y hubieran dominado la liga. Lo cual no fue el caso, por decirlo suave: en sus primeros años, los Knicks tenían un buen equipo y un gran entrenador (el legendario Joe Lapchick, flor y prez de la caballería), pero no tenían un pívot. De hecho, se puede concebir la historia de los Knicks como una especie de eterna búsqueda del pívot.
A pesar de tener una buena plantilla, era imposible plantar cara a los Lakers de Mikan sin un hombre alto de primera magnitud. Para cuando se retiró Mikan, sucedió lo mismo con Russell, y luego con Chamberlain. New York nunca tuvo un hombre alto de nivel siquiera notable, aunque fuera un Larry Foust, un Johnny Kerr o un Wayne Embry. Lo intentaron parchear con aleros esforzados como Harry “Horse” Gallatin o el ex-Globetrotter Nate “Sweetwater” Clifton (pionero en la integración racial de la NBA), pero no funcionó. Luego el escándalo de las apuestas del baloncesto universitario hundió su posible cantera territorial, y encima fueron maltratados por la mutación en el puesto de pívot, cuando la llegada de Russell, Chamberlain y Stokes convirtieron a los pívots “clásicos” estilo Mikan (Arnie Risen, Charlie Share) en auténticos dinosaurios de un año para otro; los Knicks draftearon a prometedores pívots universitarios como Ray Felix o Darrall Imhoff, sólo para ver cómo éstos se estrellaban en un baloncesto que les había cambiado las reglas de un día para otro. Incluso cuando eligieron a un pívot “estilo moderno” como Walter Dukes les salió el tiro por la culata, ya que a pesar de su fuerza y velocidad resultó ser un jugador descoordinado física y mentalmente sin el menor impacto en la liga. No es sorprendente que el primer anillo de la franquicia, tan buscado, llegara de la mano del primer gran pívot de New York, Willis Reed.
Con Reed y una fantástica generación de jugadores reunidos por el GM Eddie Donovan, los Knicks ganaron dos títulos entrenador por “Red” Holzman. Sin embargo, la marcha de Donovan y algunas decisiones dudosas llevaron al equipo a una decadencia quizás más rápida de lo esperado. Otro de los sinos de la franquicia de los Knicks ha sido competir siempre bajo una gerencia inestable como el agua, y a mediados de los setenta esos eran los nuevos propietarios, la megacorporación Gluf & Western y su hombre en los Knicks, “Sonny” Werblin. Los movimientos del equipo se hicieron erráticos: “Red” Holzman se había retirado y lo había sustituido Willis Reed, que ganó 48 partidos en su primera temporada como entrenador. Sin embargo, un mal arranque bastó como excusa a Werbling para despedirlo y repescar al veterano Holzman además de volver a traer a Donovan como GM tras su exitoso paso por los Buffalo Braves.
Segundas partes nunca fueron buenas. Aunque Donovan reconstruyó el equipo sobre la base de Bill Cartwright y Michael Ray Richardson y ganaron 50 partidos en 1981, ésa fue la única temporada por encima del 50% en la segunda etapa de Holzman al frente del equipo. Tras tocar fondo con sólo 33 victorias en 1982, Sonny Werbling optó por la reconstrucción completa no solamente de la plantilla sino de toda la franquicia.
Ningún bosquejo de los Knicks puede aspirar a ser representativo sin incluir una mención a la prensa deportiva neoyorquina. Trabajar en el gran pomelo no es demasiado diferente a intentar correr una marathon hundido hasta las rodillas en barro. Radiactivo. Mientras te llueve ácido clorhídrico y suenan Andy y Lucas por unos altavoces. ¿Piensas que exagero? Durante la temporada 1969-70, mientras los Knicks ganaban el primer anillo de su historia en el famoso “partido de Willis Reed”, el periodista Phil Berger se infiltró en la plantilla para escribir su antológico “Miracle on 33rd Street”, donde revelaba todas las tensiones internas de la plantilla (las envidias de Holzman hacia DeBusschere, el aislamiento de Bradley, el resentimiento de Russell, las tensiones raciales). Como libro, un hito en la historia del periodismo deportivo. Pero dice mucho de la prensa neoyorquina que la historia de su primer campeonato quedara impresa en letras de rencor, enfrentamiento y motín.
Y Berger es un corderito al lado de Peter Vecsey.
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