Los Knicks de Hubie Brown.
Para imaginar a los Knicks de Hubie Brown solamente tienes que tomar a los Memphis Grizzlies de hace dos temporadas, y mezclarlos con los Ninjas de Fratello y los Celtics obsesivo-compulsivos de Pitino. No es casualidad que todos procedan de la “cantera” del Five Star Camp de Howie Garfinkle.
Con la llegada de Brown, el enfoque de los New York Knicks pegó un giro radical. Dos de los axiomas básicos de Hubie Brown han sido la construcción del equipo desde la defensa y el uso de plantillas amplias. De los recién llegados, Robinson, Orr y Sherod eran prácticamente especialistas defensivos. Grunfeld y Sparrow se dejaban la piel en el empeño, e incluso el rookie Trent Tucker era bastante mejor defensor de lo que tradicionalmente se le ha reconocido. Solamente Bernard King era a priori un defensor mediocre, pero incluso éste demostró tal nivel de implicación que era casi imposible la crítica.
El comienzo de la revolución fue el concepto de las dos unidades. Para aplicar su estilo, Brown necesitaba en todo momento jugadores frescos, libres del cansancio y de la acumulación de personales. Como consecuencia, los Knicks jugaban regularmente con dos unidades completas, siendo Bernard King el único de la plantilla que superaba los 30 minutos por partido (y se quedaba en 32; recordemos que poco antes Bernard King, “Truck” Robinson y Larry Bird habían liderado la liga en ese terreno). El quinteto suplente promediaba entre 18 y 25 minutos por partido.
La defensa presionante era la seña de identidad de estos nuevos Knicks. La base eran los traps y “dos contra uno” al jugador con balón, pero no se quedaban ahí: en cualquier momento el equipo amenazaba poner una presión a media cancha o incluso a toda cancha, o alternando con la presión individual al base rival para forzar la subida de balón con otros jugadores. El objetivo era frenar el ritmo del equipo rival, y vaya si lo conseguían. Como última línea de defensa por si el rival superaba la presión, el esquema de Hubie necesitaba de la intimidación interior; sin embargo, en ese área el equipo mostraba carencias preocupantes: a pesar de la mejora en sus números, Cartwright no era un buen taponador, y ninguno de los aleros cubría ese área. Marvin Webster sí que era un gran intimidador interior, pero no bastaba con un pívot suplente. Hubie Brown instituyó una “no layups rule”, según la cual los jugadores no debían conceder bandejas en ningún caso, sino cometer la personal con total indiferencia hacia la situación del partido. Aquellos que incumplían esta norma pronto se encontraban en el centro de un pequeño universo de dolor.
En ataque, Hubie Brown fue un pionero en eso que llaman “basket-control”: los jugadores eran instruidos en las posiciones específicas que debían ocupar en la cancha correspondientes a las órdenes que emanaban constantemente desde la banda. Brown fue uno de los primeros entrenadores que marcaba todas las jugadas en estático de su equipo, convirtiendo al base en un mero transmisor de la voluntad del entrenador. El entonces locutor Tommy Heinsohn, enemigo declarado de Hubie Brown desde que éste lanzó una serie de pildorazos contra “esos ex jugadores convertidos en entrenadores sin pasar por un período de aprendizaje” en clara referencia a KC Jones y el propio Heinsohn, se burlaba de la imagen de Hubie en la banda constantemente cantando números cual binguero enloquecido (“¡14!”, “¡5!”, “¡21!”) para marcar jugadas cuyas diferencias parecían cuánticas: todas culminaban en tiro de Bernard King. “Es el número de segundos que tienen sus compañeros para pasarle el balón”, se mofaba Heinsohn.
El baloncesto ofensivo de los Knicks era deliberado. Como complemento a la defensa presionante, el ataque se hacía lento, parsimonioso y elaborado, buscando una máxima efectividad de un mínimo de posesiones generalmente gracias a una media vuelta de Bill Cartwright o a uno cualquiera de los inagotables movimientos de Bernard King. Casi todos los indicadores ofensivos de los Knicks descendieron con respecto a la temporada anterior, pero los defensivos se dispararon. New York era el peor equipo anotador de la liga, pero también el mejor defensor.
También el más fascinante, al menos de momento. Tras las críticas iniciales, la todopoderosa prensa neoyorquina hubo de ceder al hipnotismo de este entrenador capaz de pasar horas explicando las claves de un partido cualquiera de fase regular, que llegaba armado de resmas de papel escrito detallando lo más abstruso, y que centraba su análisis en aspectos poco mencionados por aquel entonces, como porcentajes de tiro y pérdidas del rival, o algo llamado “estadísticas de esfuerzo”.
De momento.
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