Temporada 1986 1987: El descabello.
Para afrontar la nueva temporada, Scotty Stirling estaba decidido a evitar a toda costa la imagen de pasividad y esclerosis que le había costado el puesto a Dave DeBusschere. Más importante, los mismos corrillos de la gerencia de New York que en realidad habían impedido a éste ejercer su labor cedieron al menos temporalmente para dar mano libre al GM.
Tres eran las necesidades del equipo: un base que sustituyera a Darrell Walker, cuyos días en la franquicia estaban contados (durante buena parte de la temporada anterior se especuló con la posibilidad de repescar a Norm Nixon); un alero como seguro a pesar de que se suponía que Bernard King estaría recuperado para esta temporada; un pívot para completar la rotación interior sin necesidad de recurrir a paquetes del fondo del draft (Bannister), de Europa (Thornton) o de la CBA (McNealy).
El primer recurso era por supuesto el draft. Después de jugar al despiste dejando caer nombres como el de Walter Berry y tal, Stirling eligió en el nº 5 al alapívot Kenny “Sky” Walker, un prolífico anotador y aceptable reboteador que venía de brillar Kentucky. En segunda ronda los Knicks habrían de lamentar la pérdida de su elección, malvendida por “Butch” Carter y que terminaría siendo Mark Price; la que habían obtenido de los Celtics se convirtió en el también base Michael Jackson, un jugador de nivel muy inferior que solamente llegó a pregunta de trivial como suplente en los Kings. Inicialmente pareció que tenía ciertas posibilidades de lograr el contrato garantizado, pero un hombro dislocado en los partidos de preparación dio con sus huesos en el waiver wire.
Will Dunk For Food.
Para el puesto de pívot, y una vez que James Bailey salió del equipo echando pestes del “negrero” de Hubie Brown, los Knicks optaron por uno de los jugadores más enigmáticos de los años 80: Jawann Oldham. Como era práctica habitual en la época, los Knicks le hicieron una oferta como agente libre (5 años, $1.6 minolles), y Chicago tuvo que negociar al no poder igualar. Finalmente, los Knicks enviaron a Darrell Walker a Denver a cambio de una primera ronda para 1987 (Olden Polynice), y a su vez dieron esa primera ronda a los Bulls a cambio del mencionado Oldham.
Objetivamente, Jawann Oldham era un pívot rápido y atlético, buen taponador y aceptable reboteador pero pésimo en ataque que tuvo una carrera poco distinguida como banquillero del montón. Sin embargo, por alguna razón se consideraba uno de los mejores pívots de la liga (definía su anotación como de un nivel similar al de Jabbar), y lo que ya es de traca es que durante un tiempo tuvo efectivamente una cotización en la liga absolutamente desproporcionada con su rendimiento real. Bastó una temporada aceptable en Chicago para que los Lakers intentaran desesperadamente su fichaje antes de optar por Mychal Thompson, y los Knicks no fueron el único equipo interesado en su contratación como agente libre. Fue desde luego una cuestión puramente coyuntural, un momento en el que el valor de los pívots rápidos y atléticos se disparó debido a la universalización del concepto de Twin Towers del que ya volveremos a hablar. Como otros muchos equipos, New York vio en él a un posible 4-5 de rotación de calidad; antes de terminar la temporada, sin embargo, Jawann Oldham habría sido apodado por sus compañeros “Alf” (como el extraterrestre de la tele) y el propio jugador habría hecho pública su exigencia de ser traspasado inmediatamente debido a la absurda obstinación de la franquicia de basar su ataque en Patrick Ewing y no en él. Así, como suena.
Finalmente, los Knicks adquirieron ya empezada la temporada al veterano base Gerald Henderson, procedente de los Sonics a cambio de una segunda ronda para 1990 (Steve Henson).
Mientras, Richie Adubato marchó a Dallas como asistente de Doug Moe, y Ernie Grunfeld se retiró para pasar a las oficinas (inicialmente como comentarista, creo).
A pesar de este aparente torbellino de actividad, el resultado final sería muy similar al obtenido por la pasividad de DeBusschere: la cola del paro. Henderson ya era demasiado veterano y Oldham demasiado malo, pero ninguno de los dos estaba dispuesto a aceptar un rol secundario. Kenny Walker no pasaría de brillar en los concursos de mates, y la falta de beneficios en su gestión le costaría su empleo a Scotty Stirling al final de la temporada, después de poco más de un año en el cargo.
Las Torres Gemelas.
Imagen calculada para inducir horror.
Lo cierto es que seguramente sea un poco injusto criticar a Stirling por no ser capaz de sacar al equipo de un picado que seguramente ni Red Auerbach hubiera sido capaz de remontar.
El divorcio entre el equipo y el entorno (aficionados, prensa) era manifiesto. Cartwright había pasado de “Invisibill” a “Medical bill” y finalmente a un simple y despectivo “Mr Bill”. La llegada de Ewing lo hacía prescindible a ojos de la mayoría, y los rumores sobre su inminente traspaso se alternaban con las burlas sobre su rendimiento y su capacidad de mantenerse sano, llegando a rozar lo ofensivo cuando se anunció que se perdería el principio de la temporada debido a un corte en el tendón de una mano producido por un golpe contra una bombilla. Hay que admitir que sus sucesivos problemas físicos llegaban a lo ridículo, pero el hecho es que Cartwright había perdido toda ilusión o interés y se limitaba a cumplir el expediente por profesionalidad esperando un traspaso que no acababa de llegar.
Tres cuartos de lo mismo para Pat Cummings, que de flamante anotador interior había pasado a ser apodado “shortcummings” debido a sus notorias carencias defensivas. Cummings no carecía de voluntad de trabajo, pero también era un jugador problemático asolado por los problemas físicos. Esta vez se perdió casi media temporada por una lesión en el tendón anular de una mano, y su papel en el equipo se iba reduciendo cada vez más.
Las críticas estaban alcanzando incluso a las estrellas, antes intocables. A pesar de su aparición en el All Star y de su título de Rookie del Año, las cañas pronto se volvieron lanzas para Patrick Ewing. Por un lado, el que fuera dominador interior físico del juego parecía estar evolucionando a un jugador más de media distancia. Por otro, su talante se avenía mal con el ritmo de vida correspondiente al Madison Square Garden. Pat Ewing había sido un joven tímido y retraído, concentrado en su juego y poco dado a las relaciones públicas. Georgetown había sido el entorno ideal para él, pero al mismo tiempo el régimen de aislamiento extremo implantado por John Thompson (famoso por mantener a sus jugadores lejos del alcance de la prensa e incluso por mantener en secreto su alojamiento durante la Final Four) había exacerbado esas características hasta dejarlo en mala situación para afrontar de forma adecuada a la prensa y a los fans de New York. Las críticas lo herían, y su actitud retraída resultaba arrogante sobre todo con la carencia de alguna otra estrella veterana que compartiera el foco.
Porque los días de vino y rosas de Bernard King también habían llegado a su fin. Cuando su esperado retorno a las canchas volvió a verse demorado al meter el pie en un hoyo mientras hacía footing y resentirse la rodilla, la prensa cargó contra él. Se lo acusó, fundamentalmente, de no viajar con el equipo que le pagaba tantos miles de dólares. Como suena. La insinuación, por supuesto, estaba clara: falta de implicación, quizás desinterés por la recuperación mientras los cheques siguieran llegando. Los dos años de reclusión casi absoluta le pasaron factura de forma injusta, y King tampoco supo cómo hacerle frente.
La bola seguía creciendo y arrastraba con todo a su paso. Ni siquiera el rookie Walker logró verse al margen de ello: jugador interior toda su carrera, su falta de altura y peso llevaron a los Knicks a decidir reconvertirlo al puesto de “tres”. Sin embargo, carecía de suficiente manejo de balón y de un tiro fiable a media o larga distancia, y pronto se encontró perdido en tierra de nadie. Antes de terminar la temporada, ya era abucheado durante las presentaciones del equipo.
Qué pronto lo vimos por aquí.
Pero el eje de todas las críticas era sin duda Hubie Brown. Su sistema de baloncesto control, la falta tanto de victorias como de juego vistoso, los enfrentamientos con los jugadores, la defenestración de DeBusschere... todo se juntaba para que las mayores críticas tanto de la prensa como de los aficionados se centraran en él, hasta el extremo de afectarle personalmente (posteriormente admitiría haber sufrido trastornos físicos y dificultades en su entorno familiar causadas por la presión). La situación llegó a tal punto que Hubie Brown tomó la decisión extrema de dejarse barba. Pago por fotos.
La estaca que le atravesó el corazón, sin embargo, fue autoinflingida. Brown tenía una gran confianza en Bill Cartwright, y no estaba de acuerdo en que la llegada de Ewing lo hiciera prescindible. Máxime cuando los Rockets acababan de imponer el concepto Twin Tower llegando a la final de la NBA aupados en Sampson y Olajuwon, para ser derrotados por unos Celtics que rotaban en las posiciones interiores a una “triple torre” con Parish, McHale y Walton. De golpe, todo el mundo quería jugar con dos pívots: los Lakers con Jabbar y Mychal Thompson, los Hawks con Willis y Rollins, los Pacers con Stipanovich y Herb Williams, etc. Los Knicks jugarían simultáneamente con Bill Cartwright y Patrick Ewing.
Cometieron dos errores, que diría Clint Eastwood. El primero fue decidir que Ewing era el jugador más adecuado para desplazarse al puesto de alero, y el segundo utilizar el método Hubie del “ordeno y mando”. Conociendo a Ewing, difícilmente hubiera aceptado cambiar su forma de jugar (ese tipo de flexibilidad no es el primer rasgo que se te viene a la cabeza cuando piensas “Pat Ewing”), pero esa manera de imponerlo hacía imposible cualquier remota opción de que lo aceptara.
El resultado fue un desastre: la defensa no mejoró, el ataque se estancó y descendió a niveles angustiosos, y con el equipo clavado en un 4-12 la gerencia decidió dar el paso obvio y cesó a Hubie Brown, sustituyéndolo temporalmente por su asistente Bob Hill.
Hill dio una mayor libertad al juego del equipo, pero los resultados no mejoraron particularmente. Ni siquiera después de que eliminara el concepto de torres gemelas tras debutar con una espectacular derrota en casa contra Phoenix. Ni la única noche alegre de la temporada, la victoria el día de Navidad contra los Bulls con 30 puntos de Jordan gracias a una canasta en el último segundo de Ewing, ni siquiera el retorno de Bernard King para los últimos seis partidos pudieron cambiar las cosas.
Era la hora de reconstruir. Otra vez.
0 comentarios