Los Místicos
A estas alturas, y anticipando sus angustias una década después, los Celtics eran un grandísimo quinteto titular complementado con unos suplentes de baratillo. La base del equipo era su potentísima pareja interior, formada por la estrella del equipo David Cowens y el poderoso reboteador Paul Silas. Formaban una pareja magníficamente conjuntada, aportando ambos intensidad y rebotes pero con Silas liberando a Cowens de lo más duro del trabajo sucio para que éste pudiera desplegar su mejor juego ofensivo. Ambos se habían convertido inmediatamente en iconos para la afición céltica, que veía reencarnarse en ellos los valores seculares de esfuerzo inagotable y trabajo en equipo para alcanzar el éxito individual y colectivo. Eran los nuevos Heinsohn y Russell después del negro paréntesis de Hank Finkel, y el anillo del 74 había sido su entrada en el olimpo céltico.
El perímetro no le iba a la zaga, con Jo Jo White como futuro depositario de la mística bostoniana ante la cercana (no tanto como parecía) retirada de Havlicek. White era un jugador muy completo, la estrella exterior de estos Celtics que recibiría su justa recompensa con el MVP de la Final. Charlie Scott, sin embargo, no llegó a calar nunca en el corazón de los aficionados locales. Quizás fue porque su llegada supuso la marcha de un “true Celtic” como Westphla, quizás porque su pasado como anotador desarbolado en la ABA hacía presagiar que sería un jugador egoísta más preocupado de la estadística que de la victoria. De nada sirvió que Scott se esforzara al límite para convertirse en el tipo de jugador que querían que fuera, y que sacrificara su anotación y su brillantez individual en pro del equipo; nunca fue realmente aceptado, y cuando un par de años después fue traspasado a los Lakers la sensación fue de que por fin un extraño se había ido de casa a encontrar su lugar entre esos uniformes dorado chillón. Charlie Scott no llegó a comprender qué había hecho mal, por qué no había llegado a tocar el núcleo del equipo, de la franquicia o de los aficionados; en cualquier caso, era sin duda otra de las estrellas de esta liga y su rendimiento en Boston fue sobresaliente.
El quinteto lo completaba el incombustible John Havlicek, al que nadie llamaba ya en el equipo “Hondo” sino un familiar “Cek” (si eras de “los de toda la vida”) o un respetuoso “Cap’n” (si eras de los nuevos). Aún All Star a sus 35 años, el equipo seguía basando buena parte de su juego en aprovechar la versatilidad del capitán, capaz de alternar las posiciones de 2-3-4. Sin embargo, una de las historias de esta final es la grave lesión sufrida por Havlicek durante la temporada regular, un desgarro en la fascia plantar imposible de curar sin un reposo absoluto que la falta de recambios hacía imposible. Como alternativa, el fisioterapeuta hubo de cargar a todas partes con una palangana color turquesa que llenaban de hielo para que metiera el pie antes de cada partido, una hora antes del comienzo y veinte minutos durante el descanso. Fue necesario retirarlo del quinteto titular para poder alargar así unos minutillos el tiempo destinado a entumecer completamente el pie, pero una vez que saltaba a cancha ya no volvía a sentarse para no enfriarse.
Como anécdota, la historia tal como la cuentan hoy los Boston Celtics es que se mantuvo en secreto la lesión para impedir que los rivales la aprovecharan, y que se consiguió evitar que Havlicek se perdiera ningún partido de playoffs. La realidad, sin embargo, es que Havlicek se perdió tres partidos (ninguno en la final) y que la lesión era lo bastante conocida como para que los narradores del 5º partido (Dick Stockton y Rick Barry) la comentaran abiertamente como algo bien sabido por los espectadores.
Teóricamente, Don Nelson era aún el sexto hombre del equipo, pero en su último año en activo se había visto relegado a un segundo plano en la rotación durante la temporada regular. En playoff, sin embargo, volvió a ser el sexto hombre y a jugar bastantes minutos por la lesión de Havlicek ya que Heinsohn prefería confiar en los veteranos, y una vez más respondió aportando puntos, circulación de balón y malas artes en defensa.
De ahí hasta el final, morralla. La rotación eran Stacom por fuera y Kuberski por dentro, con minutillos esporádicos para Ard al pívot o para McDonald si buscaban a un jugador más atlético; los rookies del equipo, Boswell y Anderson, solamente pisaban la cancha en caso de que el partido estuviera más allá de toda duda razonable.
Tryouts de principio de temporada.
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